domingo, 17 de mayo de 2009

Jornadas de Teatro Cubano 2009: expresa voluntad y duras paradojas



Omar Valiño- Cuba

He visto casi todos los espectáculos de estas Jornadas de Teatro Cubano 2009. Algunos por primera vez ahora, otros, que en ciertos casos repetí, en el camino que los trajo hasta las salas de El Vedado. Muchos, muchos más, amén de no estar presentes, me sirven para pensar la “totalidad” de la escena cubana de hoy y no sólo estos días tan teatrales de enero, si bien es este un objetivo siempre imposible.En la edición anterior llamé la atención sobre las virtudes y las ausencias de la Jornadas en términos conceptuales y organizativos, lo que me releva de repeticiones, exceptuando la de mi firme apoyo a la realización futura de este evento.Las Jornadas de Teatro Cubano cierran un bienio (2007-2008) de escasa calidad en los resultados artísticos de esta manifestación. Contados hechos han alcanzado probada relevancia e, incluso, algunas distinciones han ido a parar a desempeños que nunca lo habrían merecido en periodos anteriores. Las múltiples razones que me doy, junto a las apreciaciones de otros, para explicarme esa afirmación, rebasan esta breve nota, pero al menos arriesgaré ciertas observaciones.Los espectáculos logran muy pocas veces cumplirse a sí mismos, que es el punto de partida de mi valoración, salvándome de aplicar una receta, propia o ajena, ante cada puesta en escena. Considero el equilibrio (aunque pudiera ser la asimetría si fuera pertinente), entre los propósitos que puedo descubrir por parte de los creadores y su concreción real. La mayoría traiciona los presupuestos enunciados por incapacidad en el oficio artesanal, falta de inteligencia conceptual, carencia de rigor en el proceso de trabajo, cuando no por lo endeble de las bases mismas de la propuesta.No adivino por qué se escogió un texto u otro, por qué no se perciben fallas tan visibles en la estructuración de la fábula o en la relación del texto literario con su anclaje escénico; no percibo por qué se desanda por ciertos caminos que parecen conducir a ninguna parte. En el teatro cubano faltan las ideas y el vínculo de ellas con las ricas y complejas intersecciones de nuestra realidad actual, de resonancias tan particulares al encarnarse en la escena.Sí sé por qué a los grupos cuesta tanto mantener una poética singular: porque el grupo es una célula en crisis donde, sobre todo en La Habana, es difícil articular procesos de trabajo más allá de un espectáculo, casi siempre condenado a morir pronto, y a veces hasta en un solo proceso de puesta en escena. La excesiva movilidad de los actores, las lógicas atracciones de otras labores mejor remuneradas y la carencia de apoyos particularizados al teatro vivo y de mejores resultados, en medio de un archipiélago de proyectos, núcleos y entidades sin sentido, entre otras razones, giran en contra de esa concentración imprescindible a un arte de naturaleza colectiva.Lo anterior explica, en parte, la perplejidad con que miro las resoluciones del campo artesanal del teatro cubano, no únicamente relacionado con la precariedad material. Resultados fáciles y opciones primerizas en la construcción y uso de códigos y lenguajes: musicales, sonoros, visuales, cromáticos, objetuales, actorales, gestuales, proxémicos, etc., etc.Todo desplaza las miradas hacia el director, una figura en crisis y, sin discusión, decisiva. Urge reabrir la carrera de dirección de la Facultad de Artes Escénicas del Instituto Superior de Arte, y abandonar discusiones academicistas y bizantinas, so pena de poner en riesgo el futuro mismo del teatro nacional. Y proyectar además, a muy alto nivel, otras estrategias de formación no académicas para directores emergentes.

Por último, me permito el disenso de pensar en que sí hay buenos actores (y conste que no me refiero a estrellas ni primeras figuras –denominaciones que eludo– porque en el teatro lo que hace falta son buenos actores y actrices para hacer de todo), unos probados y otros en desarrollo, sólo que viven y trabajan dispersos, desgastándose muchas veces en esas agrupaciones sin sentido ni rumbo. Si los viéramos juntos alguna vez, nos evitarían padecer a quienes han ocupado sus “puestos” porque, contra viento y marea, hay que seguir haciendo teatro en Cuba.Esa voluntad ha quedado, una vez más, expresada sobre las tablas capitalinas, acompañada de estas duras paradojas sobre las que vale la pena discutir. Hagámoslo como tributo final a estas Jornadas de Teatro Cubano.

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