miércoles, 25 de agosto de 2010

Los caminos para apuntar

Genoveva Mora - Ecuador

Hace algo más de quince años aterricé en la capital y saldando cuenta con mis tiempos, retomé algo que se había quedado en el camino por circunstancias personales, la literatura. Después de los cuatro años de rigor y más adelante con otro cartoncito bajo el brazo, como cualquier mortal, con referente y carpeta, me convertí en profe, no sé qué se puede enseñar me preguntaba de cuando en vez, lo que sí me contestaba, es que me encantaba compartir con los jóvenes lo poco que sabía o que inventaba si las circunstancias me urgían. Al cabo de un rato en esos menesteres, y por esas casualidades de la vida, llegué al teatro a ver una obra de Pilar Aranda, y algo ocurrió en esa noche que trajo a mi memoria lo mucho que me habían fascinado la danza y experimenté el encantamiento del teatro. Sin pensarlo mucho, inmediatamente escribí mi primer texto y lo guardé en carpeta. Al día siguiente, camino al colegio se me atravesó Diario la Hora, entré, pregunté quién era el editor de cultura y con la audacia propia de los ignorantes, hice la primera entrega de este trabajo que hoy ocupa todo mi tiempo, y del que estoy convencida, vale la pena todo el esfuerzo que pueda demandar.

Transcurridos unos cuantos años escribiendo para los medios, caí en la cuenta que las artes escénicas necesitaban un espacio propio, sucedía como en muchos otros ámbitos de la producción artística, que poco o nada se reflexionaba al respecto, y en este caso concreto, desde los años ochenta en que Rodrigo Villacís había tomado la posta que dejó Hernán Rodríguez Castelo, nuevamente el oficio estaba esperando relevo, así que tenté a dos amigos, a Isidro Luna y al Alf para atrevernos al reto. Así nació El Apuntador, una vez más, producto de coraje y ganas de convertir en realidad algo que había venido proponiendo a varios personajes ligados al teatro y que siempre se quedaba en proyecto escrito o conversado. Para completar la buena racha, apareció en el camino Carlos Zamora, diseñador cubano, entusiasta, totalmente generoso con su tiempo y su bolsillo (casi no nos cobraba), creativo y con tantas ganas como yo, de armar esta primera revista de crítica escénica.

En novedoso formato, aunque algo incómodo para almacenarlos a decir varios lectores, iniciamos con cuatro páginas que a mes seguido se convirtieron en ocho, y como en la infantil tonada, se fueron multiplicando hasta que en el número veintiséis y veinte cuatro páginas, un diseño un tanto agotado debido a la ausencia de Zamora, El Apuntador pedía a gritos un cambio de formato. No hacía ni dos meses que Efraín Villacís, había colaborado con un primer artículo, para colmo malogrado por causas de la tecnología, pretexto que nos juntó para hablar del Apuntador y sus avatares. Con su clásica cortesía y sin el menor pudor anotó los reparos del caso, y entre café y mucho humo terminamos por aliarnos, se convirtió en editor y dimos respetable salto. Con tanta deuda como entusiasmo echamos andar con ganas y, a pesar de las dificultades, desafortunadamente económicas, hemos llegado al número treinta y cuatro. Por obra de algún milagro y del apoyo cierto de un Banco de los buenos, empresarios sensibles y la generosidad de los colaboradores, que reciben honorarios constantemente atrasados; la confianza en lo que hacemos, una ética a toda prueba, dispuestos siempre a poner la cara, seguiremos produciendo no sé cuántos años más, espero que sean muchos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario